sábado, 16 de enero de 2010

Haití, la cenicienta del mundo occidental.


La República de Haití históricamente fue una de las naciones que desde su formación prometía ser una de las naciones más avanzadas en materia de libertades fundamentales.
Haití fue la segunda nación en el continente en proclamar su libertad, siguiendo por pocos años de diferencia a los Estados Unidos (1804) y una de las primeras en abolir la esclavitud, antes del siglo XVIII.
Pero a pesar de su nacimiento promisorio, le ha tocado una vida muy compleja. Fue organizada en sus orígenes como una monarquía/imperio, le tocó una larga ocupación militar de los EEUU en la primera mitad del siglo XX.
El haber vivido el bicentenario de su independencia hace algunos años no es signo de mayor desarrollo. Esta nación todavía vive un desconcierto político como si estuviera en sus primeros años de independencia. Los gobiernos, marcadamente autoritarios, los Duvallier, padre e hijo, y tras una serie sucesiva de derrocamientos, el gobierno de Aristide, de los últimos años, han sido marcadamente corruptos, lo cual ha roído desde sus bases a la institucionalidad de esta pequeña pero antigua nación.
La peor enfermedad que puede afectar a una nación, la cual muchas veces tiene un carácter endémico, es la corrupción. Ésta trae impensadas consecuencias, una malversación de los caudales públicos, una mal utilización de los recursos, una desviación de fondos de las políticas públicas, por ejemplo las relativas a planes de viviendas sociales, contribuye directamente a la generación de problemas en la vida, las cuales afectan directamente el desarrollo de las personas de forma cotidiana, pero que quedan más patentes cuando se produce una catástrofe, como la que estamos viendo estos días, el terremoto de 7 grados de intensidad que ha dejado varios cientos de miles de fallecidos.
Muchas personas han culpado a la naturaleza, al destino, como la causa de la catástrofe producida, pero este tipo de situaciones tiene explicaciones que van más allá de una contingencia de carácter natural, sino que parte de la poca preocupación de los gobernantes, que han saqueado una nación y, ahora, se convierten en los responsables de la muerte de miles de personas y de millones de heridos y personas que han quedado en la calle por causa del terremoto.

lunes, 4 de enero de 2010

Derechos Humanos y Refugio de cara al Bicentenario

Es común que con el inicio de un año, o de una celebración como un cumpleaños, en este caso el 200 de nuestro país, uno pone sus mejores deseos en ciertas cosas como prosperidad económica, en gozar de una buena salud o simplemente, encontrar el amor, pero nos olvidamos de ciertas deudas que tenemos con los demás. Pensamos en nosotros, pero nunca pedimos por el de al lado. Así el egoísmo del cumpleañero no va a dejar que en esa celebración se piense en el que está al lado invitado en tu celebración.

Esa misma situación particular se puede extrapolar a lo que les sucede a muchos refugiados - y solicitantes de refugio - en nuestro país, que estando invitados, son olvidados por completo de estar en las plegarias y en los buenos deseos para el periodo venidero.

Ojala que este bicentenario, sea quien sea que esté en el gobierno, ayude en la política de apoyo a los solicitantes y refugiados que llegan espontáneamente al país, y que a fin de cuentas son los más necesitados. Un proyecto de ley de refugio, aun en trámite, es una pequeña parte de la solución, pero una verdadera política de integración local es lo que se requiere para poder solucionar un problema que, lamentablemente, es independiente de los gobernantes nacionales, y depende de la generación y desarrollo de conflictos que se encuentran fuera de nuestras fronteras, y por ende, de nuestro control.

Sólo nos queda abrir la puerta de nuestra fiesta, y mostrarnos como grandes anfitriones y a la altura de una nación madura en las situaciones relativas a derechos humanos, y en particular en refugio, ya que dentro de nuestra vida independiente, también hemos tenido que visitar otras casas, porque en la nuestra no podíamos vivir.